Durante mucho tiempo la dignidad se explicó en buena medida por la «autonomía» propia del ser humano de
escoger sus propias respuestas, como vieron ya Platón, Pico della Mirandola y Kant, pues sólo el que
sabe y puede gobernarse a sí mismo, según un principio racional,
resulta un sujeto libre; al regular su comportamiento según normas propias,
según el significado etimológico de la voz griega 'auto-nomía', ya no es un
mero súbdito, ya no está bajo el dictado de otro, sino que es un
ciudadano.
La educación juega aquí un papel importante, puesto que el
auténtico ejercicio de la libertad, más allá de la arbitrariedad del
comportamiento extrema, exige la formación de la inteligencia y de la voluntad,
facultades específicas del espíritu humano. Lógicamente, el presupuesto es el
de la existencia de cierto grado de libertad posible en el ser humano y la negación
de un determinismo radical. La universalización o globalización de
la dignidad es un presupuesto para la consecución de una verdadera emancipación
y pacificación moral de la humanidad: el ser humano, varón o mujer, niño o
anciano, enfermo o sano, religioso o ateo, malvado o benevolente, blanco o
negro... es «siempre digno», porque puede decidir qué ser, porque no es sólo lo
que es, sino también sus aspiraciones y proyectos personales. Incluso al ser
más abyecto hay que reconocerle la posibilidad de ser otra cosa que lo que es.
Así, la vida humana es respetable siempre porque puede ser algo más que vida,
vida con sentido, o sea, biografía.
La dignidad se basa en el reconocimiento de la persona de ser merecedora
de respeto,
es decir que todos merecemos respeto sin importar cómo seamos. Al reconocer y
tolerar las diferencias de cada persona, para que ésta se sienta digna y libre,
se afirma la virtud y la propia dignidad del individuo, fundamentado en el
respeto a cualquier otro ser. La dignidad es el resultado del buen equilibrio
emocional. A su vez, una persona digna puede sentirse orgullosa de las consecuencias
de sus actos y de quienes se han visto afectados por ellos, o culpable, si ha
causado daños inmerecidos a otros. La misma dignidad que nos pone por encima de
la naturaleza, pues podemos transformarla también en nosotros mismos,
contenerla, regularla, nos hace responsables. Un exceso de dignidad puede
fomentar el orgullo propio, pudiendo crear la sensación al individuo de tener
derechos exclusivos (privilegios).
La dignidad refuerza la personalidad, fomenta la sensación de plenitud y
satisfacción. Para justificar la esclavitud se decía que el esclavo no era
persona humana, sino un objeto, al igual que judíos, gitanos y homosexuales
durante el nazismo. Es constante en la historia de la humanidad negar la
dignidad humana para justificar y justificarse en los atentados contra ella.
La dignidad es reconocida por los seres humanos sobre sí mismos, como un
producto de la racionalidad, la autonomía de la voluntad y el libre albedrío,
aunque los críticos sobre esta forma de asignar dignidad indican que existen
humanos que bajo ese criterio no podrían tenerla: bebés, niños, disminuidos
psíquicos profundos, seniles, dementes, etc.
También han existido y existen personas, especialmente el movimiento por
los derechos animales, que también otorgan algún
grado de dignidad a individuos de otras especies animales por su condición de
individuos con cerebro que, por lo tanto, también tienen capacidad para sentir;
no sin discusión puesto que esta asignación de dignidad también seguiría siendo
un reconocimiento puramente humano.
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